miércoles, 6 de agosto de 2014

EL MOVIMIENTO SUBREPTICIO DEL DÉBIL, Facundo Abalo

FACUNDO ABALO.
EL MOVIMIENTO SUBREPTICIO DEL DÉBIL


Facundo Abalo, director de la Editorial de la Universidad de La Plata (EDULP) y director de la revista Maíz.
Lo comercial y lo masivo nunca gozaron de buena prensa en los círculos intelectuales.
Lo comercial se miró con desconfianza desde las posiciones que rechazaban inscribirse en las lógicas del mercado. Pero, paradójicamente, mientras muchos críticos se dedicaban a la descripción aséptica de las condiciones de funcionamiento del mundo (haciendo una epistemología apolítica de la desesperanza), había otros que convirtieron hasta las manifestaciones más subalternas de la cultura en fetiches académicos. Para unos la historia había muerto. Para otros la historia de sus currículum estaba mas viva que nunca.
Por otra parte, lo masivo arrastró otros maleficios. Siempre asociado con lo ligero, fue vinculado con las practicas degradadas y degradantes de la cultura popular. Escandalizó, con los estertores de Frankfurt que llegaron como ecos, a aquellos que analizaban, producían y participaban de un campo cultural mas dedicado a custodiar las puertas de ingreso que a ampliar sus limites. “La Cultura”, así en singular, siempre vio con espanto la fiesta del monstruo.
Históricamente, los suplementos culturales de los diarios hegemónicos han tenido su marca de origen en esta clave. Iluminaron una porción de la cultura, unos ciertos bienes culturales, para ciertas personas que se suponía tenían los capitales para disfrutarlos. Trazaron una línea de exclusión (otra más) entre los que “tenían cultura” y todos los otros que parecían tener sólo el control remoto.
Pero, mientras estas publicaciones consagraban lo existente (y consagraban lo existente para unos pocos), había otra batalla silenciosa que se desplegaba en los bordes. El movimiento siempre subrepticio del débil.
Revistas como Crisis, Punto de vista, Pelo, Contorno, Cerdos & Peces, Humor o El expreso imaginario, por nombrar sólo unas pocas, fueron erosionando los contornos del campo cultural y traficando por sus poros otros sentidos de lo que también merecía ser llamado cultura. La fuerza disruptiva de estas revista puso en evidencia el obsoleto sentido iluminista que anidaba en los diarios nacionales. Era el momento de salir del agujero interior, los estertores de la dictadura y los primeros brotes de la primavera alfonsinista. Se empezaba a pensar que los dinosaurios podían desaparecer.
Sin embargo, este desplazamiento hacia la cultura no puede pensarse por fuera de cierto tono de fracaso de la década anterior. Ahí donde ya no se podía hacer política, se resistía desde la cultura. No era poco, claro, pero era distinto.
De la euforia democrática muchas promesas quedaron sobre el bidet. El espacio que se había abierto comenzó a cerrarse como un embudo, y todo lo que había salido en estado salvaje cuando el fin de la dictadura abrió la puerta, empezó a domesticarse al ritmo de un mercado acostumbrado a triturar hasta la presa mas difícil y volverla canapé para vernissage.
Los noventa fueron tiempos en que los repliegues de las resistencias se mezclaron con la triste aceptación de las derrotas culturales. Fue el tiempo de las odaliscas y de los tapados de visón. La política se iba adelgazando y reemplazando por el confeti.
Los suplementos culturales se fascinaron con los fetiches post. En la década del vaciamiento nacional la literatura sólo hablaba del vacío interior. La Patria era uno y sálvese quien pueda. De los artistas plásticos se pasó a los arquitectos que pintaban. Del lienzo a las video instalaciones. El teatro se vistió de ropa de calle y tramas cotidianas. La épica de lo domestico. En un mundo donde todo era artificio y simulacro la música se volvió demasiado ligera.
Tuvieron que pasar los golden-nineties para que el movimiento cultural volviera a estar en sintonía en el vaivén de la historia. Hubo que festejar un Bicentenario en las calles, disputar el monopolio de la palabra y pelear por un matrimonio igualitario. Hubo que enunciar que la única batalla que merecía darse era la cultural. Pero en un sentido de la cultura cargado nuevamente de la densidad de lo político. Lo cultural reafirmó, entonces, su modo de ver el mundo en conflicto con la dominación.
Durante estas décadas las revistas culturales del circuito alternativo fueron la caja de resonancia de todos estos desplazamientos. Problematizaron desde sus páginas los repliegues y las ofensivas. Incluyeron notas sobre antropología, filosofía y sociología como parte de la discusión cultural. Incorporaron la dimensión económica de la cultura como problema para pensar las desigualdades. Propusieron más y mejores mundos. Y sobre todo, nunca dejaron de salir.
Lejos de los vaticinios de extinción, en la actualidad existen más de 300 publicaciones culturales alternativas al circuito hegemónico, que editan 350 mil ejemplares mensuales y cuentan con 1.400.000 lectores por mes.
Lo interesante es que la mayoría de estas propuestas se enmarcan en el derecho a la comunicación como un derecho humano inalienable y tienen detrás un colectivo autogestivo que las sostiene a partir de pensar en la dimensión transformadora de la cultura, en articulación con otras áreas sociales.
A la par de esto, y según datos proporcionados por la Dirección Nacional de Industrias Culturales, en el año 2013 se registraron 26.000 nuevos ISBN (especie de documento de identidad de los libros), mostrando un crecimiento impactante de la producción editorial en relación a los 7.300 que se habían registrado en el 2002
La inversión del Estado en políticas culturales fue de 3.000 millones de pesos en el 2013, siendo, obviamente la cifra más alta de la década, teniendo en cuenta que en 2001 fue de 200 millones.
A pesar de la contundencia de las cifras, todas las revistas se vieron obligadas a tolerar los embates impositivos, los cepos mafiosos a su circulación (llegar a los kioscos de revistas en Buenos Aires, por ejemplo, implica dejar como peaje el 55 % del precio de tapa a la única distribuidora que tiene monopolizada la tarea y acuerda beneficios para los grande medios) y los costos de una pelea dada, como siempre, en los términos del que más tiene.
El enorme avance para la democratización de la palabra que significó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (y el fascinante proceso que le dio origen a partir del debates en foros a lo largo de todo el país con la participación de organizaciones civiles, radios comunitarias y carreras de comunicación de universidades públicas) creó las condiciones de posibilidad para que se presentara recientemente el proyecto de Ley que reconoce y fomenta la Comunicación Autogestiva e Independiente de las revistas culturales alternativas. Quizá, por si quedara algún distraído, es necesario aclarar que la independencia acá es un grito pelado contra los poderes económicos concentrados de los monopolios informativos.
El proyecto, presentado por Jorge Rivas, funciona como complemento perfecto para amplificar la pluralidad de voces informativas y diversificar contenidos y estéticas. Así, el Estado reconoce explícitamente la función social de las revistas culturales y protege nuestro derecho a estar informados. El reflector deja de iluminar una porción restringida de la cultura, para visibilizar todas las producciones que circulan a lo largo y lo ancho del país. La cultura deja de ser un adorno. El movimiento del débil empieza a tener sabor a revancha.
Exigir un tratamiento impositivo más justo para con el sector, un sustento económico de parte del Estado destinado a redistribuir los recursos destinados a los medios de comunicación, el acceso prioritario a licitaciones y concursos, y el acercamiento de los mecanismos de difusión y circulación estatales a través de sus instituciones, son algunas de las coordenadas que guiaron la iniciativa.
La apuesta conlleva a la discusión sobre el rol del Estado y su relación con la sociedad civil, poniendo en juego nuevos sentidos sobre lo estatal, lo público y lo común. Frente a las fuerzas indomables y siempre naturalizadas del mercado, la que respondió fue la política.

En una cuadricula trazada desde las posiciones de privilegio, comercial y masivo son malas palabras cuando la lengua la tienen los poderes concentrados. A partir de la nueva ley, comercial puede significar mejores reglas para las revistas culturales, y masivo una mayor y mejor circulación. En ese caso, bienvenido. Y si el Estado aparece como garante, tanto mejor.

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