lunes, 16 de junio de 2014

BUROCRACIA MATA CIENCIA, Manuel Martínez Morales



Burocracia
mata ciencia
Manuel Martínez Morales

En realidad los números también son sueños,
y sólo nos dan una impresión de belleza cuando establecen una alianza con los recuerdos, con los deseos que surgen de nuestras pulsiones carnales más ordinarias.
Yves Bonnefoy, “El territorio interior”

-¡Ora si chupaste faros! –exclamó el profe Malacates al ahorcar la mula de seises a Mané, en una magistral jugada que casi le aseguraba el gane de la partida de dominó.
Mané se queda pensativo antes de responder con calma a Malacates:

–Mire, profe, lo que sucede es que usted ignora la verdadera potencia de los números, pues al dejarme con la mula de seises ahorcada se cree el ganador cuando, en verdad, al perder yo gano. 
Mire: de acuerdo con mis últimas investigaciones, un doble seis resulta un número poco probable o, bueno, tan improbable como un doble tres o un doble cuatro o como cualquier otra combinación de números en las fichas del dominó.

–Barájala más despacio –pidió desde la bruma alcohólica el Chon Tepochas, decano del bar “Las Glorias de Poncho el Sabio”.

–Miren ustedes –dijo con calma Mané–, lo que sucede es que abordar el mundo de las apariencias significa instaurar necesariamente las tres dimensiones que nuestros actos (jugar dominó por ejemplo) utilizan en su condición ordinaria, ese lugar donde la finitud impone su ley. Pero ese mismo poder de despliegue del espacio permite construir, en el “allá” del deseo, los castillos del imaginario metafísico.

–¡Pa su!, ¡qué chingonería Mané!, de seguro eso que dices está relacionado con las dizque investigaciones que desarrollas en la universidad –dijo Malacates.

–Así es –respondió Mané con aires de suficiencia–, y hasta puede que consiga una lana del Consejo Nacional para la Concupiscencia y la Teratología (CONACYT), sólo tengo que llenar los cuarenta y ocho formularios que van del Pafa, Pefe, Pifi, Pofo al Pufu, más los otros cuarenta y tres que ya ni me acuerdo cómo se denominan.
–Pero qué pendejo eres, Mané –aseveró agriamente Malacates–, ¿no te das cuenta de que la mejor manera de darle en la madre a una buena idea es presentando un proyecto al CONACYT? ¿Qué no ves que la burocracia jamás comprenderá el valor de tu investigación que propone yuxtaponer en el mismo punto de trabajo del compás y de la regla sobre la página, las propuestas del artista y las de la acción y la quimera?
En tanto hacían una obligada pausa para meterse entre pecho y espalda el trago en turno, en la mente de Mané se produjo la clásica iluminación del borracho quien, súbitamente, cree entenderlo todo, y así elaboró la siguiente reflexión:

–Es verdad, no es posible constreñir la investigación científica, que se desprende de la imaginación y de actos creativos, a lo establecido en un conjunto de formatos elaborados para comodidad del burócrata, ajenos por completo a los procesos de la indagación científica. Todo para justificar que no se asignen recursos públicos suficientes para la investigación científica, y entonces se inventa lo de la excelencia y demás patrañas.
–O lo que es lo mismo –afirmó Tepochas–, la política de las gallinas gordas y las gallinas flacas: se alimenta a las gordas y a las flacas que se las lleve el chapulín. Ningún campesino seguiría tal política, pues lo llevaría a la ruina; incluso presta atención especial a las gallinas flacas, pues gallina perdida es recurso perdido. El éxito de la empresa avícola depende de mantener el mayor número de gallinas en buen estado.

–Pero mi querido Tepochas, ¿acaso olvidas que las metáforas son incomprensibles para el burócrata?
¿Meta qué? Se me hace que es albur, pensó el Tepochas, quien ya alcanzaba el nivel 7.4 en la escala del alcoholímetro.

Mané, por su parte, comenzó a imaginar a Albert Einstein o a Niels Bohr llenando formularios del CONACYT antes de iniciar su investigación, con la esperanza de conseguir financiamiento para la misma. Al momento de formular la teoría de la relatividad, Einstein ni siquiera habría sido considerado, puesto que trabajaba como humilde burócrata en una oficina de patentes.

Defina su objetivo, su protocolo de investigación, el estado de mi-arte. ¿Cuántos productos medibles piensa obtener? ¿Qué beneficios traerá su investigación? ¿Qué resultados espera conseguir? Como si el investigador dispusiera de una bola de cristal y el futuro de un trabajo de investigación pudiera definirse de antemano en el formato 32. Si así fuera, para qué hacer investigación, pues quien pueda responder verazmente a tal formulario es porque el camino a recorrer y los frutos de la investigación aparecen claros y transparentes en su mente, ¡antes de iniciar la investigación!

–Mejor échate la última, Mané, esto no tiene vuelta de hoja: la mula de seises de la ciencia está ahorcada. Burocracia mata ciencia.

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