domingo, 22 de junio de 2014

LOS OJOS NUNCA MIENTEN, Norma Segades-Manias


LOS OJOS NUNCA MIENTEN. (Libro Réquiem por los pájaros) 

Ahora vamos a hablar como Dios manda.
Ahora voy a contarte de las horas, los días, las semanas que me pasé escondiéndome de vos.
Secándome los mocos impotentes en un rincón del baño mientras las otras chicas festejaban tus risas, tus sarcasmos, tus apodos odiosos, tus infamias…
Y vos como si nada.
Como si no supieras que ese atropello me rompía el alma.
Como si  no supieras que era un acto humillante trepar sobre mi piel de desamparos para sentirte el eje de toda reverencia.
Como si tus palabras engañosas, tus mohines farsantes, pudieran convencerme de que eran sólo bromas.
¿Qué más puedo decirte?
Me tenías cansada.
Sonaba la campana y yo ya ni quería levantarme para no coincidir con tus asedios.
Ni siquiera dormía pensando en tus maldades.
Nunca pude entender por qué, siendo inocente, te exasperaba tanto.
Te burlabas de mí, de los zapatos con el cuero duro y la ropa heredada. Del olor a espirales en el pelo. Del hambre vieja que me parió tan flaca.
Sola de toda soledad cargué con mis vergüenzas.
Igual que soporté las manos asquerosas del novio de mamá sobre mis pechos y aquellas embestidas sudorosas destrozando membranas y las gotas rojizas impregnando el colchón ahora dado vuelta.
Igual que sobrellevo los espasmos del hambre cuando llega la noche y no ha quedado nada, ni un mendrugo de pan sobre la mesa.
Igual que disimulo delante de los otros que no me importa nada no conocer el nombre de mi padre y no tener a nadie a quien contarle nada.
Porque a la profe yo le importo menos que el celular que atiende a cada rato y los relojes que la paralizan.
Y la tutora grita como loca porque mamá no asiste a los llamados.
Y vos ya me quitaste las amigas.
Lo único genuino que me estaba quedando.
La escuela siempre lejos, la vida a contramano, la familia biengracias.
Por eso ya no siento ni una brizna de pena ni un asomo de dicha ni el perfil de un pecado.
Ni siquiera la huella de una culpa.
¿Qué querías que hiciera con mi desesperanza?
Vos a mí no podías engañarme.
Yo te miré a los ojos.
Y los ojos no mienten, Paulina.
Los ojos nunca mienten.
Como ahora que están llenos de angustia y rastreo ese miedo que me nombra en la incredulidad de tu mirada.
Mientras tratás desesperadamente de detener la sangre que filtra entre el intento de tus dedos por obstaculizarle la salida… desde el cuchillo de cocina que clavé en tu garganta y empapa la remera de la escuela con un matiz oscuro, casi negro y se encharca en el piso de mosaicos.

NORMA SEGADES-MANIAS

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