Caracas, sin duda, es una ciudad tremenda. El clima nos ayuda a pensar en sexo más de una vez al día, nuestra ropa es holgada, no hace tanto frío en la madrugada —y si hace un poco, nada que una bufanda y un traguito de ron no puedan solucionar—, la gasolina es barata, las mujeres coquetas, lindas y sin penas; los hombres piroperos y grandes besuqueadores —lo digo por experiencia propia—. Súmale a esto vistas hermosas, colores brillantes, montañas que inspiran, comida perfecta, ron que desbarata. Sí, Caracas es perfecta para portarse mal.
Ahora, cuando baja el sol, Caracas se convierte en una de las ciudades más peligrosas de América Latina. Robos, asaltos, secuestros y asesinatos nos han hecho merecedores del premio como la “tercera ciudad más violenta del mundo”. Puede que no te suceda nada mientras tu carro se queda accidentado en plena autopista a las 3:00 . Pero si te topas con algún malnacido puede ser la peor noche de tu vida. Si es que logras salir de esa experiencia.
Por esa razón, las citas tremendas (esas que son para tener sexo casual) tienen su metodología. Si esa persona con la que sales no es tu novio —pero alegra la semana— tienes que inventar espacios y horarios para que la relación marche: ¿Qué días podemos vernos? ¿A qué hora tu casa se queda sola? ¿No hay problema si tu mamá o hermana me ven hoy por allá? Esto nace, además, sin mucha charla. Nace y punto.
Siempre recuerdo este artículo: “Venezuelans seek pleasure, privacy in love hotels”. En él se dibuja un mapa de lo que somos y a dónde vamos cuando hablamos de escapes sexuales. Que tire la primera piedra el que no haya terminado en algún hotel temático celebrando el estar enamorados o simplemente portándose mal. Nos emociona y nos mueve ser sexuales. Es un escape a una situación política y económica que pareciera estar en constante crisis. No tenemos espacios para vivir nuestra intimidad. Así que el hotel hace su trabajo.
Pero la cabeza anda en otra cosa…
A partir del 12 de febrero de 2014, una parte de Caracas se convirtió en zona de guerra. Y con razón. No sólo estamos hablando de un estado de inseguridad que nos come vivos. En lo que va del año han devaluado la moneda dos veces. No se consiguen alimentos de la canasta básica. Cada vez hay menos oportunidades laborales y nos siguen matando en las calles. De ahí que todo haya terminado en una pelea callejera y pacífica en contra del gobernante que lleva tan sólo 11 meses en el poder: Nicolás Maduro.
Una de las razones por la cual esta lucha se ha vuelto más cruda —como no lo habíamos visto en muchos años— es por la insistencia del chavismo en negar que existen personas que están en desacuerdo con la situación económica y social del país. Sí, algunos opositores no pertenecemos a ninguna clase oligárquica y estamos en total desacuerdo con el estado de cosas en Venezuela. Y, sí, también existen chavistas que están hartos de que la vida se les ponga chiquita.
Hoy más que nunca, Caracas está divida en dos. Apenas son las cinco de la tarde y la mitad de la ciudad deja de funcionar. Las calles se vacían y la delincuencia se hace reina.
Además, la sangre corre. Y Twitter, nuestro fiel aliado en estos días de tensión, nos echa todo el cuento. No pasan más de dos horas sin tener alguna historia espantosa en nuestros timelines. Y las ganas de todo se pausan.
A todas estas, llevo dos semanas sin revisar un solo artículo de sexo —tarea rutinaria desde hace cuatro años en mi vida—, no he revisado mi bolsa de sex toys para inventarme alguna cosa divertida con mi amigo esta semana, no he visto porno y ni siquiera he tenido un chat kinky.
Lo que sí he hecho es pensar mucho en cómo afecta toda esta situación en nuestras relaciones personales —en pequeña y gran escala—. Esta crisis no es nueva. Estos acontecimientos violentos no los estamos estrenando. Llevamos años luchando por un mejor vivir. Y eso está ligado, evidentemente, con el amor y el sexo.
Recuerdo cómo hace 4 años estaba comprometida para casarme y se terminó la relación porque agarré un avión para hacer una maestría en Europa. Se intentó en la distancia y no se logró. De regreso me he topado con varios muchachos con los que me hubiese gustado tomar más que un par de tragos en la playa. Los he querido mucho. Y siempre está el avión en el medio: alguien siempre toma la decisión, absolutamente inteligente, de salir de este desastre de país. Hoy tengo, como muchos otros treintones, la maleta hecha —para lo que venga—. Y siento que es síntoma de mi generación. Un dolor extraño que tenemos aquellos que disfrutamos en los años 90 de un país del que nadie quería irse.
Y a pequeña escala he sentido que estamos con las manos atadas. Las barricadas antichavistas no nos dejan mover de nuestras casas. Mientras que al otro lado de la ciudad nada pasa. Y esto, creo yo, nos está quitando un poquito las ganas de besuquearnos.
¿Seré yo? :(
Pues no. Mis amigos cercanos y los que no lo son tanto saben que escribo sobre nalgaditas, lubricantes, cuerpos y besuqueo. Así que pregunté a tres parejas casadas, tres novios que no viven juntos y a tres amigas solteras lo siguiente: “¿Sienten que el deseo sexual ha bajado en estos días o son cosas mías?” Y todos, casi al mismo tiempo, me gritan: “TOTALMENTE, qué asco”.
Una de mis amigas tuiteras vive con su novio y están a punto de casarse. El amor ronda en esa casa y es raro que no estén todo el día uno encima del otro. Pero durante las últimas semanas, la calle sobre la que queda su casa se ha llenado de barricadas, bolsas de basura, fuego y pancartas políticas antigobierno. Mi amiga baja todas las noches a hablar con los “guarimberos” a ver si detienen la locura y dejan de bloquear los ingresos domésticos para presionar al gobierno. Él decidió colocar un stream en el balcón de su casa para narrar en vivo todo lo que pasa a través de internet. Se hacen las dos de la mañana, están cansados, intentan dormir un poco porque al día siguiente hay que trabajar (recuerden: para el gobierno NADA ESTÁ PASANDO así que la rutina debe seguir). No se tocan. Ya van dos semanas.
Mis amigas solteras siempre tienen a algún amigo que les alegra la semana. Y si no hay amigo, siempre, siempre está el vibrador. Lo único que importa es tener, al menos, dos orgasmos semanales. Esta semana la metodología sexual con sus amantes de turno no funciona. Las barricadas tampoco las dejan salir de sus casas. Las fotos de nuevos asesinatos no las dejan, siquiera, darse una ducha. “No Samy, ni he pensado en eso, ¿viste cómo va la lista de detenidos por la Guardia Nacional?”. Cierro el chat.
Una amiga cercana está colaborando, en secreto, con uno de los intentos de periodismo espontáneo que ha nacido por la falta de medios que apoyen a la oposición. Así que le llega, directamente al mail, todo tipo de contenido: audios que afirman que están quemando a los estudiantes vivos y dejan los cuerpos tirados por ahí, muchachas llorando asustadas porque algún grupo de malandros quiere entrar en su edificio, videos de la Guardia Nacional asesinando a sangre fría a una pobre alma que estaba, simplemente, manifestando su malestar. Me cuenta: “Mi novio ha intentado tocarme las tetas desde el 20, pero siempre le pego un grito: ¡aléjate que estoy trabajando! Qué sexo ni qué sexo, Sam. Están masacrando a la gente allá afuera”.
Yo pasé dos semanas en casa. Pensando en que no se trata sólo de Maduro, Cabello o el fantasma de Chávez. A pesar de que no tenemos medios convencionales que apoyen nuestra lucha en las calles se sabe que algo pasa. La otra mitad lo sabe porque la escasez de alimentos también los afecta, el hampa, el poco valor de la moneda. Pero su silencio los hace cómplices. Como si aprobaran que estar jodidos es bueno. Y me asusto porque no importa quién esté montado en la silla. Si el venezolano no cambia, el país tampoco.
Y sí. Tampoco pude salir de casa en dos semanas. Mis juguetes sexuales y mi amigo se tomaron vacaciones. Sólo decidí escribir una notita que dijera: Maduro, déjanos coger por favor.
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