“Chaco” es uno de los habitantes de Choele Choel. Juan Sasiaín cuenta que Chaco se construyó la casa que soñó y a la cual los invitó a él y a su equipo durante el rodaje de Choele, la película con protagónico de Leonardo Sabaraglia que fue premiada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Chaco los invitó también a una flotata, que consiste en dejarlos – chaleco salvavidas mediante – en medio del río para que se dejen llevar por la corriente. Hablar con Juan Sasiaín es un poco como ser invitado a una flotata.
Sasiaín es actor, guionista, director. De teatro y de cine, ahora incluso con productora propia,Vaimbora. Tuvo también un paso por la publicidad, que dice que le enseñó de un mundo donde mandan el dinero y la velocidad y que lo terminó dejando porque lo alejaba de su eje narrador. Su primer película La Tigra, Chaco, co-dirigida con Federico Godfrid, fue muy bien recibida por la crítica, fue uno de los éxitos del circuito de exhibición alternativo (estuvo alrededor de 8 meses en cartel y llevó 8mil espectadores entre el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires – Malba – y El Camarín de las Musas – la conocida multisala del teatro off de Buenos Aires -), ganó premios y le permitió viajar. La segunda, Choele – todavía no estrenada comercialmente -, con Leonardo Sbaraglia, Guadalupe Docampo (que también protagonizó La Tigra) y el pequeño Lautaro Murray, obtuvo el Premio Moviecity a la Mejor Película Argentina en Competencia y el Premio Sadaic a la Mejor Música de Película Argentina en Competencia. En teatro, además de estrenar obras en el off (usualmente junto a Godfrid), vive de lo que él llama su mini-industria cultual. Sus unipersonales – su mini-industria – le han permitido recorrer y seguir recorriendo todo el país desde las ciudades grandes a los pueblos más pequeños.
Es un día fresco, lleno de mosquitos imprevistos que evitan que la entrevista se haga en el plácido patio de Casa Valle, el centro cultural recientemente abierto en Caballito donde Sasiaín da clases de guión. Entre mate y nueces, Sasiaín recuerda que trabajó a los 15 de maestro de guitarra y que desde los 16 ayudó a su padre vendiendo herramientas. A los 18 – cuando falleció su padre -, comenzó a trabajar de mago en fiestas, bares y eventos hasta que ocho años después realizó su primer obra Magic Tales.
La magia lo atrajo desde chico. Un día, caminando por el Parque Centenario, vio un vendedor que ofrecía un truco de magia. “Le pedí a mi padre – dice – ‘¡Por favor!, ¡Comprame!’, ‘No, no’, ‘¡Por favor!’. Era difícil el dinero en mi casa… ‘Bueno, pero lo vas a usar’, ‘¡Sí, sí!’, ¡Te Prometo!’. En mi imaginario era ‘te prometo que voy a ser el mejor mago del mundo’”.
Y trató de cumplir su promesa. Estudió con maestros como Henry Evans o Dr Willy y ganó su primer premio a la creatividad en 1996. Fue en el Centro Cultural San Martín, el Premio Nacional a la Creatividad en Magia de Cerca. Por esos años en la Facultad de Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires lo llamaban El Mago. La razón era que a sus clases en la carrera de Diseño de Imagen y Sonidos iba vestido de mago, con traje y valija, porque normalmente venía de o luego se iba a actuar.
La magia para eventos sociales no careció de momentos agradables, pero “me sentí en un momento como el bufón de la fiesta. (…) Sentía un vacío y eran mis ganas de algo más”. Magic Tales – elaborada junto a Enrique Federman y Paula Brusca – fue el producto de esa necesidad, donde combinaba la búsqueda narrativa con magia. La obra tuvo la peculiaridad de ofrecerse tanto en castellano como inglés, subiendo primero a los escenarios de colegios bilingües donde era contratada. El vínculo con el idioma de Shakespeare no era extraño para Sasiaín, acostumbrado a que su madre los hiciera a él y a los demás alumnos cantar y actuar en inglés en las clases que ella daba.
Magic Tales le abrió la puerta a otro mundo. Comenzó a recibir invitaciones de festivales organizadores por titiriteros y teatristas, con caché o con ayuda del Instituto Nacional de Teatro. Sasiaín se refiere a los festivales organizados por los titiriteros como festivales laborables, “es decir, invitan a otros ocho titiriteros de diferentes partes del país y los invitan a actuar. Les dicen ‘podés dormir en mi casa, o en un hotel. Comemos acá en casa, o en un bar, donde consiga. Y te pago las funciones y el pasaje. Vení a trabajar’”. La rueda se retroalimenta, y así es como “un titiritero que hace un festival en Mina Clavero, Córdoba – como es La casa de los titiriteros de Rufino – invita a un titiritero de San Martín de los Andes a actuar en Mina Clavero y Daniel Aguirre – de San Martín de los Andes – lo invita a Rufino”.
Fue precisamente en medio de una de estas giras como surgió su primer largometraje. Asistiendo con Federico Godfrid al Festival de Monólogos de La Tigra, Chaco, un pueblo a 163 kilómetros de Resistencia, apareció la idea de que en ese lugar tenían que hacer una película. El pueblo dio la bienvenida y brindó todo su apoyo. Pero lo que significó un vuelco no fue tanto la gestación, sino la exhibición de La Tigra, “poder empezar a hacer cine y sumar eso como trabajo”.
En todos estos años, Sasiaín ha actuado con salas llenas y no tanto. Relata el vértigo que le genera estar concentrándose antes de salir a escena e intentar detectar, en el murmullo, cuánta gente hay. Y cuenta que por suerte han sido pocas, pero que ha habido funciones para dos personas – algo no muy bueno para el artista, mas no tampoco para su bolsillo -. Aplicando la lógica de si la vida te da limones, has limonada, en esos casos anuncia al público con un guiño que será una función privada.
En la gira del año pasado, “que me recorrí todo el país, contando las funciones creo que había contado como 900 espectadores – bueno, actué en una plaza pública que había 1200 personas -. Es poco, porque hice doce ciudades”. Sólo durante su exhibición en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Choele reunió alrededor de 3000 espectadores.
La repercusión de las películas y los viajes por festivales, sin embargo, no son todo felicidad. En determinado momento, tuvo un ida y vuelta con la AFIP, a quien no le cerraba que alguien con las ganancias declaradas de Sasiaín hubiera podido viajar tanto. El entuerto se resolvió, pero “el cuentito fue en la práctica documentos legales que fueron y volvieron. Tuve que explicarle a la AFIP que de nueve festivales internacionales les dio la gana de invitar a un director argentino a exhibir su película y le cubrió sus gastos”.
Juan Pablo Sasiaín Huertas es un tipo de sonrisa amplia y permanente, de maneras amables y que mira siempre de frente. La entrevista se convierte en una charla, en un momento compartido, y eso pareciera luego pasarse a su obra. Dice que es plenamente feliz el día que puede pasarlo por entero escribiendo. Un rato antes de la llegada del cronista, había estado haciendo eso. Es la vida que eligió, algo tan simple y tan complicado como eso.
Sasiaín se está amigando con el dinero. De chico ahorraba en una caja de papas fritas Pringles y con eso se compraba, por ejemplo, su primer muñeco de He-Man. El ahorro estaba ligado al juego, pero en determinado momento eso se cortó. Así como reconoce que siempre tuvo facilidad para la venta, también que a partir de entonces “me pareció siempre muy perjudicial al arte, a la familia, al ser humano, la conexión con el dinero”.
Hubo momentos de buenos ingresos y noches de no tener nada en la billetera. No obstante, “ahora estoy tratando de encontrar un equilibrio, porque también al invitar cada vez a más gente a laburar en los proyectos tengo una responsabilidad”. Ese equilibrio, piensa, pasa por comprender qué es realmente necesario y qué no, porque “el problema está cuando uno se confunde y en vez de desear una casa hermosa donde compartir piensa en el dinero para tener la casa”.
Compartir, imaginar, invitar, conseguir, proyectar. Son todos verbos que Sasiaín disfruta usar, los repite a conciencia y quiere que sean parte del espíritu de Vaimbora. Para guiarse por esos principios sabe que a veces tendrá que ganar menos plata, comprar algo de menos, hacer algún esfuerzo de más, pero él lo considera “eliminar estorbos de la vista. Dejarlos pasar como una nube gris” – como le dice su profesor de pensamiento Zen -. Por eso, Sasiaín recuerda sobre todo a Adelina Camerata – su primera maestra de música -, que “nos regaló un sobre con semillas a cada uno a fin de año y cada uno elegía un sobre al azar. Yo saqué el mío y atrás tenía un texto. El texto (de Enrique Barrios) decía ‘No existe una sola tierra. Cada cual vive en el mundo que es capaz de imaginar’”.
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