Leopoldo Brizuela sabía que quería ser escritor desde los doce años. A los catorce publicó su primer cuento, a los 16 recibió su primera paga y, esencialmente, nunca más paró de escribir. Fue amigo de Leda Valladares – con quien colaboró – y María Elena Walsh, de quienes conserva un recuerdo emocionado y un respeto por su militancia de artistas. Ganó en 1999 el Premio Clarín y en 2012 el Alfaguara. Dice que las nuevas generaciones pasan demasiado tiempo pensando estrategias en lugar de escribir, y que se da cuenta que el tema de la guita lo enoja. Hijo de una familia obrera, algo que piensa se está perdiendo en la literatura argentina, está convencido que no hay fórmulas mágicas más que trabajar y trabajar.
Como otros escritores, Brizuela ha dado clases en bares y Starbucks en ese sentido le resulta cómodo. El aire acondicionado es bueno, el wi fi también y los asientos lo mismo. El encuentro es en la agitada intersección entre Rivadavia y avenida La Plata (como si fuera un homenaje a la ciudad donde nació y vive), uno de los días que Brizuela pasa por Buenos Aires.
“No lo comentaba, no soy gil”, responde cuando se le pregunta qué respondían los demás cuando decía que quería ser escritor. Fue por sentirse rodeado por “una sociedad absolutamente conservadora”, que recién comenzó a respetarlo como autor el día que empezó a hacer dinero.
Como cobrar, empezó a cobrar cuando a los 16 le compró un cuento el diario Convicción, que luego se enteraría era conocido como el diario de Massera - por el jefe de la armada Emilio Massera -. El periódico tenía una redacción con periodistas incluso de orientación izquierda o centro izquierda y de trayectoria, pero el secreto a voces era que intentaba ser la rama mediática del sueño presidencialista del entonces almirante y miembro de la Junta Militar que gobernaba el país desde 1976. “Me pagaron por un cuento – relata Brizuela – y me compré un manual sobre cómo se escribía un cuento y un par de zapatillas”. Desde ese momento, siempre pudo vivir de la literatura de alguna manera, escribiendo para diarios, traduciendo textos o dando clases. “No viví de los libros – dice -, pero siempre me las ingenié para vivir de la literatura”.
Ya en los ‘80s entró en contacto con Valladares y Walsh, que “era gente que tenía mucho orgullo de… conciencia… de laburante”. Sobre Walsh recuerda una anécdota de principios de los ‘60s, cuando ella y Valladares presentaron Canciones para mirar en el Festival de Necochea.Alberto Fernández de Rosa – que actuaba uno de los personajes – no pudo estar y lo reemplazóCarlos Perciavalle, que en aquel entonces recién estaba dando sus primeros pasos con sólo 20 años. Ganaron y cuando se les entregó el dinero del premio, Walsh sin dudarlo se dirigió a Perciavalle y le dijo “Pibe, partí en cuatro”.
Leopoldo Brizuela había en la Universidad de La Plata empezado estudiando Derecho, pero luego se pasó a Letras. Estudió también en Inglaterra e hizo una residencia en Canadá. Fue docente entre el ‘95 y el 2001 en la Cátedra de Guión Cinematográfico de la Universidad de La Plata y dio talleres por todo el país. Su primera novela, que recibió el premio de la Fundación Fortabat en 1985, fue Tejiendo agua.
Escribió en algún momento para diarios como Clarín, La Nación o Página/12. Dice que le sirvió estar de ese lado de la profesión para desmitificar el funcionamiento de los medios. También para darse cuenta que la gente del ambiente es la misma que va rotando por distintos roles o trabajos (de los medios a las editoriales, viceversa y etc), “y todos en la lona”. De la paga de La Nación, la grafica como miseria y en Página/12 el vínculo terminó mal porque no consiguió siquiera que le pagaran.
La imagen de situación que pinta Brizuela del escritor es de mucha precariedad, y entonces la pregunta es si en algo sigue influyendo el mito romántico sobre el escritor bohemio a quien el dinero poco le importa. En ese sentido, es taxativo y opina que “la incultura hace que esa imagen subsista. Y esa imagen, también, a ese mito romántico se debe que el cobrar o el querer cobrar se vea como una falta”.
De paso por Miami, Brizuela se encontró con los autores peruanos Jaime Bayly y Santiago Roncagliolo. Cuando fueron a cenar, al poco tiempo la charla viró hacia asuntos familiares. Bayly viene de familia de banqueros y empresarios, y Roncagliolo es el hijo de Rafael Roncagliolo, un sociólogo, periodista y político de larga trayectoria a nivel local e internacional. A Brizuela, de repente la conversación se le volvió ajena, “uno siente que viene de otro lado”. Eso también le hace considerar que en casos como estos – que él entiende son más la norma que la excepción en el ambiente de escritores de América Latina -, debido a su posición económica, “la relación con el dinero de los escritores está dada porque no les interesa”.
Le molestan profundamente los mitos sobre estrategias, la búsqueda compulsiva de contactos, los prejuicios, las envidias, la falta de combatividad y que espacios culturales de prestigio aprovechen la chapa para bajar los cachés. “Otro disparate que escuché hace poco: ‘¿Cómo elaborás el personaje público?’, ‘¡Qué se yo!, ¡Decí lo que se te cante el orto!’”. Brizuela primero escribe su texto y luego se lo da a su agente para que lo distribuya y defienda – “yo sería incapaz” -. Para él no hay más estrategia que escribir y estar dispuesto a resignar materialidades, como que “por ahí te tenés que mudar veinte cuadras”.
En el ‘99 ganó el Premio Clarín por Inglaterra. Una fábula – cuenta que se le acercó un escritor de renombre a consultarle por cómo había elaborado un texto que gustara a todos los miembros del jurado, pensando que así había sido como había escrito la novela – y en el 2012 el galardón fue todavía mayor con el Premio Alfaguara – que además reparte una interesante suma de dinero, en ese momento U$S175 mil dólares – por Una misma noche. De ahí en más, durante el siguiente año todo fue una montaña rusa de emociones…
El dinero del Alfaguara, por un lado, era a cuenta de derechos (sería algo así como un adelanto por lo que el libro se supone habrá de vender). Por otro, se vio reducido drásticamente por los descuentos en impuestos de Argentina y España. De gira por 18 países durante 2012 – uno de los requerimientos del premio -, Brizuela no tuvo demasiado tiempo de generar otra fuente de ingresos. Finalmente, el 2013 lo recibió con el temporal que arrasó La Plata en abril. La casa donde vive con su madre de 93 años tuvo hasta un metro de agua y la inundación además destruyó su biblioteca personal. Luego, el Anses lo había considerado damnificado pero el Banco Hipotecario consideró que sus ingresos eran demasiados altos (debido al impacto del Premio Alfaguara en números brutos) y se lo rechazó. Los encontronazos que tuvo por aquel entonces (AFIP incluida) los recuerda como de los más humillantes de su vida.
Brizuela vive con su madre de 93 años y tiene que sostener tres cuidadoras, “con pensar en diciembre, en serio, ya es un desangre”. No piensa mucho en su futuro económico y se imagina viviendo de su jubilación, porque de todos modos “tengo una vida re-austera”. Es que, más allá de las broncas y los sinsabores, más allá de los premios que lo legitiman socialmente como uno de los escritores más relevantes de su generación, Brizuela sabe que eligió un tipo de vida donde la regularidad no es lo que prima. “Un empleado público se aterra de cómo vive uno. ¿Cómo se lo que voy a ganar el año que viene? Y, nada, supongo que de algún lado va a entrar la guita. Y eso que vos llamás incertidumbre pasa a ser parte de la vida, no es una cosa angustiosa”.
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